No tenía, ni muchos menos, un físico portentoso, pero sí un talento descomunal, capaz de dejar con la boca abierta al mismísimo Michael Jordan en su primera temporada en la NBA. Con 1,83 de altura y 75 kilos, Allen Iverson no se arrugaba ante nada ni ante nadie. Imparable en el uno contra uno gracias a su desequilibrante crossover y a una técnica muy pulida que le permitía botar el balón con suma facilidad. Coordinación, velocidad y precisión. Todo en uno. Con esa clase magistral y su inusual facilidad para anotar, como ya había demostrado en la Universidad de Georgetown a las órdenes de John Thompson, se ganó muy pronto el respeto de sus compañeros y el reconocimiento de los aficionados.
Acostumbrado a vivir al límite. Rebelde en las pistas y fuera de ellas por su fuerte carácter y su fama de provocador. No es de extrañar sus numerosos problemas con la justicia desde su adolescencia, marcada por su paso por el correccional de menores. Afortunadamente, su otra cara, la de base electrizante, se acabó imponiendo. Despuntaba en fútbol americano y baloncesto. No pasaba desapercibido en el instituto. Y supo aprovecharlo al máximo. Su extraordinario gen competitivo le permitió ser seleccionado por los Sixers en la primera posición del draft de 1996. Maravilló desde el primer instante. Se convirtió en ‘La Respuesta’ (‘The Answer’) a todos sus problemas y posibilitó que Philadelphia volviera a ser un equipo reconocido, como hizo el mítico Wilt Chamberlain. El primer golpe de este rebelde había resultado demoledor. ‘Rookie del Año’, con 23,5 puntos y más de siete asistencias por partido. ¿Alguien dijo que los bajitos no podían ser reyes en una liga de gigantes?
El base de Hampton conectaba muy bien con el público, completamente entregado a su clase. Su poderío ofensivo impresionaba, resultaba admirable. Cuatro veces máximo anotador de la Liga (1999, 2001, 2002 y 2005). Imponente. Promediar 26,7 puntos revela la fascinante carrera de este genio, capaz de recuperar 10 balones ante los Magic en un partido de play-off. Explotó en 2001, con actuaciones antológicas, como la que protagonizó frente a los Lakers en el primer partido de la final de la NBA. Iverson, MVP de esa temporada, lo bordó. Enloqueció a los angelinos con 48 puntos y Philadelphia se adelantó en la serie, aunque Kobe Bryant y Shaquille O’Neal se llevarían, finalmente, el anillo.
La derrota le hizo más fuerte. No se vino abajo. Siguió creciendo como jugador, madurando. Esencia de campeón. Se colgó el bronce con la Selección estadounidense en Atenas 2004. Poco después, silenció a muchos de sus críticos con un partido de ensueño en Orlando: 60 puntos. Soberbio. Un año después decidió cambiar de destino y se marchó a Denver, donde compartió liderazgo con Carmelo Anthony. Y no defraudó. Casi 25 puntos y más de siete asistencias por encuentro. Pero los Nuggets no superaron la primera ronda del play-off. La historia se repetiría un año después. No era el momento de rendirse.
Su marcha a Detroit parecía una buena elección, pero las lesiones acabaron por mermar su rendimiento. La mala suerte volvió a cebarse con Iverson en Memphis y en su posterior vuelta a Philadelphia, que resultó efímera tras los problemas de salud de su hija. Con 35 años probó fortuna en Turquía. Su aventura apenas duró dos meses por culpa de los problemas físicos. Y, por si fuera poco, los problemas financieros comenzaron a pasarle factura. Perdió su mansión de Atlanta tras divorciarse de su pareja. Demasiado infortunio para el jugador de Virginia, que no descarta volver a las pistas. Ha desechado ofertas de la D-League y, ahora mismo, participa en partidos de exhibición en el continente asiático. Su deseo es “completar su legado en la NBA” tras 14 temporadas que se nos han hecho muy cortas. Nos ha hecho vibrar y nunca le olvidaremos. Talento rebelde. Así es el gran Allen Iverson.
Fotos: http://www.alleniverson3.net/
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